Nunca me lamenté de la adversidad;
nunca me sentí abrumado
por los múltiples problemas que me acuciaban...
hasta el día en que me encontré con los pies desnudos
y sin dinero para comprarme unas babuchas.
Entré disgustado en la mezquita de Kufa
para apaciguar el dolor de mi corazón con la oración.
Estando ahí, vi a un hombre que no tenía pies.
Entonces di gracias a Dios
y me resigné a tener que ir descalzo.
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