martes, julio 29, 2008

Distancia de dos, por Miguel Arteche.

¿Desde dónde surgiste para encender la llama

sobre la nieve sola? ¿Desde dónde los suaves

besos se levantaron sobre tu piel perdida,

enamorada sombra de unos días lejanos?

Cuando hacia ayer subimos, bajaba tu silencio

de la nieve y los ríos. No teníamos nada

sino un pasado apenas dibujado en el cuerpo

y un encuentro de estrellas dormidas en las manos.

Tiembla el viento en la noche, tiembla otra vez la noche

bajo el ansia que vuelve. Temblabas de nostalgia.

Amor, hasta la muerte la noche se hizo tenue,

se hizo larga caricia sobre tu pelo amargo.

Lo distante es aquello que apenas ha pasado.

Por eso nombro ahora la primavera lenta

que subiste cantando, sin nada más, con viento

sobre la enamorada distancia de los campos.

No sé, no sé hasta dónde quedaré repitiendo

tu nombre, la mirada de tus ojos distantes,

fugaz entre la dura cordillera de nieve,

presente ausencia apenas derramada en mi brazo.

No sé, no sé hasta cuándo durará la distancia

y ese espacio de adiós dormido en tu garganta.

No sé, no sé en qué tiempo se hará ceniza y humo,

amor, bajo la noche, todo lo que juntamos.

domingo, julio 20, 2008

Ars poética, por Claribel Alegría.


Yo,
poeta de oficio,
condenada tantas veces
a ser cuervo
jamás me cambiaría
por la Venus de Milo:
mientras reina en el Louvre
y se muere de tedio
y junta polvo
yo descubro el sol
todos los días
y entre valles
volcanes
y despojos de guerra
avizoro la tierra prometida.

sábado, julio 12, 2008

Coreografía, por Mia Gallegos.

Para mí amigo Carlos Cortés

En fin
que no he vivido nada.
No sé qué cosa es una guerra
y tengo como prisión al cuerpo
y alma como campo de batalla.

Me debato entre la duda
de reflexionar o fluir;
esto es situarse en el palco de los espectadores,
o estar
en cada íntimo instante del milagro.

Vivo de pedacitos,
pero aspiro a la totalidad,
es decir a Mozart y al poema que me redima
y me revele los espacios absolutos
y la nada.

Percibo de mí
los sitios más secretos:
la culpa,
una tercera conciencia de las cosas,
la dualidad del pensamiento,
la ira pequeña
por lo que ya ocurrió.
Pero he vivido poco. Treinta años.
Dos amores de piel
y un querer abandonar
esta espera que me señala la vida.

Anhelo la anarquía,
el más tierno desorden del amor,
la cábala
los relojes de arena y una habitación sencilla.

Quiero tener un destino trazado de antemano,
encontrarme con Dios
y los abismos
y no tener conciencia de la llama.
Ser la llama misma y la aventura.

Pero vengo de soledades últimas,
de conversaciones que nunca concluyeron,
de espejos que me miraron desde la infancia hasta ahora,
de abandonados armarios de caoba que fueron
de tías o de abuelas remotísimas.

Cuán poco he vivido.
No conozco la guerra. Y tampoco la paz.
Me duele la orfandad,
el desarraigo,
el sentirme extranjera en cualquier sitio,
el no pertenecer
a una familia o a una patria.

No puedo narrar una batalla;
ni hablar del hambre y de la peste,
ni escribir la canción de algún soldado herido,
ni hablar de mujer violada,
ni decir cómo es un cementerio después de una llovizna.

Pero anhelo decir en el poema
que la vida me conmueve,
que respiro mejor cuando me entrego,
que necesito amar de la manera más simple y primitiva.
Me gusta la paz y la defiendo
y la guerra cuando es justa,
y el sabor de las mandarinas cuando llega el verano,
que me gusta ser una y arraigarme en el cosmos,
y sentir que mi vida palpita al mismo tiempo que la vida,
aunque no haya vivido,
aunque mi hambre sea de infinito,
aunque no sepa expresar
que por alguna razón precisa estoy aquí,
a punto de vencer,
a punto de morir,
de vivir.